La palmadita

Hay ciertos movimientos convulsivos, repetidos con frecuencia por parte de los demás (porque los nuestros los tenemos tan asumidos que no los reconocemos y sobre todo, que nuestras cosas nunca nos incordian) que me producen pavor,  como el repetido tocarse lo huevos, de ciertos hombres que parece que cada 5 minutos tienen que comprobar que aún los llevan puestos,  o la frase “oye,  una cosita” que antecede a una patata caliente como una catedral endilgada con holgura,  la mueca y mohín del “ya no puedo más con mi vida” como si uno fuera un mártir de la inquisición de cualquier trabajador  de ventanilla pública cuando le pides una información, o la que ya me pone enferma: la palmadita en la espalda, que cual perejil en el plato culmina cualquier situación en la que tu interlocutor te está considerando un perfecto imbécil al que hay que consolar, bien porque te acaban de encajar un marrón de proporciones estratosféricas o bien porque en el meneo de su mano sobre tu chepa sella la superioridad implícita de quien te tiene alentar por haber nacido tan pardillo.
Es un gesto de jefe insufrible o compañero con aspiraciones delirantes, de cabrón etiqueta negra, miembros de una misma especie que atesta la oficina. Los puedes oler a distancia, con ese aroma a vitalidad tumefacta, a simpatía reseca, a codicia revenida que rezuman. Son los que descienden por el eslalom de los problemas, sorteándolos uno a uno, con los esquíes de la falta de escrúpulos, mientras los demás se estrellan con los obstáculos, porque alguien tendrá que hacerse cargo, los pardillos, que reciben la condecoración de pringados con el rito oficial de palmadita, “yo te nombro el pringado del reino” se puede oir entre chasquido y chasquido.

Poco a poco os iré desgranando la fauna laboral, tamizado por mi forma de ver las cosas, de forma sutil sin ser pueril, pero de momento os lanzo esta pregunta: ¿que tic odiáis en los demás?, 


Presentación

Tengo la crisis de los cuarenta desde que tengo memoria, como parte de mi afición a vivir los problemas con gran antelación, así me aseguro de sufrir antes, durante y después de que me surja cualquier inconveniente. Y si no aparece el problema, me lo imagino, así me hago unos largos en un baño de angustia gratuito y permanente o como diría Freud en una carnicería: “ pongame usted un cuarto y mitad de neurosis, pero de la tierna, que me tiene que llegar hasta el fin de mis días” y aunque me quedan 2 años para alcanzar las 4 décadas ya empiezo a imaginarme el final de todo.  


El otro dia me soñé subiendo las escaleras del cuarto piso con un cartel en la entrada que decía “es demasiado tarde para todo”. Mi pesadilla se completa con pensamientos sueltos que me susurran que con 40 años una mujer no es deseable ni aunque se ponga un tanga con la etiqueta “patrimonio de la humanidad” y tiene el cerebro como una milanesa de menu de carretera,y no me refiero a una turista que se haya confundido pensando que “Fonda el Piojos“ puede ser un lugar  autóctono con encanto, sino al filete rebozado con la elasticidad del hierro forjado, que se acompaña siempre con unas patatas fritas que podrían narrar con todo detalle anécdotas de la primerra guerra mundial.
Yo me siento estupenda, hasta con tipín y ganas de hacer comenzar muchos caminos en la vida, porque el problema no es envejecer,  ya que uno no se ve más mayor, a excepción de la capacidad de digerir el alcohol, que con el tiempo comienza a transformarse desde una entrañable resaca al dia después hasta la apocalisis de los órganos vitales la mañana siguiente.
El problema es que los jóvenes ya te ven fuera de órbita, y eso no estaba en mi plan de ruta. Empiezan por darte de usted de manera aleatoria y acaban por preguntarte en el reparto de la leche si necesitas ayuda para encontrar la de el extra calcio para los huesos osteoporosos. Te sientes como un tapete de ganchillo, que tuvo su momento pero empieza a ser incómodo y acaba en la caseta del perro para que se sacuda las pulgas.
Tratando de superar mi sempiterna crisis de los 40, aquí os dejo todo mi repertorio de inseguridades, miedos  anécdotas y otros artículos de coña, de manera muy sutil, sin ser pueril.


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